Vaya que estoy viejo (bueno, no en vano así me llaman), tan
solo el hecho de pensar en escribir una nota como esta me hace sentir que en
cualquier momento puedo rememorar a Yordano y, más aún, cantar al son de madera
fina sin perderme siquiera una tonada…
Sea como sea, tengo días pensando en ciertas cosas, cosas
que ya no tenemos en el mundo de hoy en día, que si bien no extrañamos con
fervor (seamos sinceros: las cosas se olvidan), cuando las recordamos nos traen
a colación muchos recuerdos…
Vagando por las calles de Montevideo (ciudad en la cual es
fácil y hasta agradable estar melancólico) vi una tienda oscura y francamente
en decadencia, con los vidrios teñidos de negro, en una calle por la cual
pasarán 12 personas durante todo el día y que se mantendrá allí por obstinación
absurda de su dueño; aun cuando vi su nombre a lo lejos y fue solo durante unos
segundos, se me quedó grabada una idea: en la tienda podías ver el nombre “Club
de Video”…. Me quedé todo el día pensando en esas tres palabras, simplemente
club de video: no tienen nada de especial, nada de particular, la gente no va
pensando por la vida si un club de video define su vida o no, pero lo cierto es
que para mí el club de video era una experiencia, podríamos decir, mística.. un
ritual, algo que requería su tiempo para hacer, no una mera parada en la vía a
la casa para comprar un disco, no un par de horas que te tomas en tu vida para
ver una película; no, para mí el club de video (el extinto blockbuster) era
algo que se planeaba, una emoción que sentía de pequeño al pensar desde la
mañana: ¿qué película alquilaría, qué habría de nuevo, qué comería viendo
aquella película (¿arepas, empanadas, dulce, frutas, maní, cotufas?), podría
ver la película completa o me dormiría a la mitad?
Pero más allá de la emoción intrínseca que comportaba el
acto físico de alquilar la película, y todo lo que conllevaba dicha acción, quiero
transmitirles la idea de que hemos perdido eso, ese touch, ese feeling, ese “algo”
que tenían nuestros años previos, nuestra juventud… tal vez porque a medida que
crecemos nos volvemos más cínicos, tal vez solo sea que las cosas han cambiado
y que ahora no podemos esperar tanto de un mundo que mucho tiene pero que poco
da.
Tenía razón El Principito cuando dijo al guardavía: “Únicamente
los niños saben lo que buscan”.
Estas palabras van dedicadas a la persona con la cual veía
esas películas de niño.