Como es la distorsión de la realidad eso que
muchas veces nos mueve es que decidimos compartir este texto con estos 14
lectores que probablemente son los únicos que lean esto.
Nos dejamos llevar por ideas… ideas que a veces
han tomado cuerpo y se han convertido en relatos, en cuentos y
(lamentablemente) a veces hasta en poemas que aquí plasmamos o que guardamos
para leerlos más delante y compensar así nuestra falta de autoestima… o
nuestro de exceso de ella.
Quizás no tengamos qué escribir o quizás sí, de
eso se trata el texto que aquí reproduzco que con la implícita aceptación de
Eduardo Liendo me he tomado la libertad de traerles a uds. Esto no es un
homenaje como el de Groucho, solo es un loco relatando sus locuras a otros
locos.
“Una noche viví una
pesadilla horrible, o sea, estaba dando vueltas por la ciudad en un viejo autobús
destartalado. Iba junto con una gente muy rara que nunca había visto, aunque sí
reconocí al Chingo, que estaba envuelto en una capa negra o tal vez llevaba
puesto un disfraz de zorro, y casi frente a mí una vieja sin dientes me sacaba
la lengua morada porque la pesadilla era en colores, también viajaba un enano
que me lanzaba pedos en la boca y un gordo inmenso que no sé cómo pudo entrar
en el autobús, ocupaba todo el asiento de atrás y a cada rato vomitaba una
jalea verde; el chofer era un negro carbón que se me pareció al papa de
Medianoche, pero no era el mismo, porque le faltaba una oreja y le pegaba
gritos a los pasajeros y nos llamaba comemierdas, y yo me guindaba del timbre
que era un cable pelado que me daba corrientazo, y yo también gritaba como loco
¡Coño pare, que me quiero bajar! ¡Chofer, déjame por aquí, que me quedo! Y no
me paraba ninguna bola, y todo el mundo se reía, y el gordo que vomitaba era el
que más se reía de mí a carcajadas y me hacía señas groseras, con el dedo
tieso, y el enano pegaba brincos y chocaba su cabezota contra el techo del
autobús, y la vieja desdentada se levantaba la falda y me enseñaba una totona
grande y negra que sí tenía dientes, y también se reía como un animal raro,
aunque dicen que los animales no se ríen, y yo desesperado le pedía ayuda al
Chingo y él se encogía de hombros y me decía, aquí no hay parada, aquí no hay
parada, y yo le veía la Z de Zorro en el pecho y pensaba que estaba tostado, o
sea, loco de bola, y el autobús no paraba y yo seguía pegando lecos ¡Chofer,
chofer, déjame aquí! Y eso provocaba más burlas, y todos comenzaron a cantar
<<Pinocho fue a la guerra montando en una perra>>, y el enano
comenzó a lanzarme huevos podridos y uno me explotó en el ojo, justo en el
centro de mi frente, y eso lo puso a dar volteretas en el aire de la alegría y
cambiaron la canción de Pinocho por otra que decía, >>el campeón es un
ratón, el campeón es un gûevon, ja, ja, ja, ja>>, y yo quise pararme del
asiento para golpearlos, o sea, para caerles a coñazos, y me di cuenta de que
tenía dos muñones en vez de manos y eso me causo una gran desesperación, porque
yo lo único que tengo son mis puños, y eso les provoco todavía más risa y no
paraban de lanzar trompetillas y el gordo seguía vomitando, pero ahora la jalea
era roja, como de sangre espesa, y el Chingo, mi sparring más querido, no hacía
nada para defenderme sino que masticaba un guante de boxeo tranquilamente, como
diciendo: ahora jódete, y aunque el autobús se le salió una rueda no paraba en
ninguna parte para yo bajarme, y dimos muchas vueltas por mi antiguo barrio,
por Caño Amarillo, y yo sacaba la cabeza por la ventanilla, pero nadie me
reconocía y chillaba ¡Yo soy Teo el Campeón! ¡Yo soy el héroe del barrio! Y no
me hacían ningún caso, y un tipo, para callarme, lanzó desde la acera tremendo
peñonazo que casi me destroza la cabeza, y adentro seguían cantando <<el
campeón es un ratón, el campeón es un gûevon>>, y yo seguí gritando por
la ventanilla, pero todos en el barrio, hasta Pablote, que estaba parado en una
esquina fumándose un tabaco, se habían olvidado de mí, y yo les decía ¡Mírenme!
¡Mírenme! No me he muerto todavía, pero ellos no tenían ningunas ganas de
recordarme, y hacían como su yo no existiera. Eso me confundió mucho, porque me
puso a pensar en plena pesadilla: ¿será verdad que estoy muerto? O sea, la
pesadilla se hizo doble, lo que ocurría en el autobús t el miedo de estar
muerto sin poder despertar. Entonces me dije, coño, éste no es el barrio de mi
infancia, éste no es Caño Amarillo, esta vaina es el barrio del olvido. Y el
enano me mostraba las bolas que no eran de enano sino de gigante y la totona de
la vieja lanzaba mordiscos como un perro bravo ladrando, y el Chingo se cubrió
la cara con la capa negra como desentendiéndose de mi después de haber sido mi
compadre, y el chofer hundía mas el acelerador a pesar de que ya al autobús le
quedaba una sola rueda, y todo le gritaban ¡púyalo! Y yo pensaba, ¿si es verdad
que estoy muerto, cómo me voy a matar? Y así fue como entramos al túnel de mi
infancia, adonde nunca había llegado el tren a pesar de los rieles. Pero en el
túnel tomos me abandonaron, quedé íngrimo y solo, y por fin pude bajarme de
aquel autobús sin ruedas. El túnel se había vuelto mucho más largo y oscuro,
porque no se le veía el final, y me pareció que éramos mucho más pobres que
antes, y no vi la mesa de la pata coja con su hule floreado, ni el fogón de las
arepas, ni las mariposas tomates que a veces entraban, sino que miré puros
murciélagos ciegos y con barba, y ranas enormes como cerdos, y un enorme perro
negro que me gruñía y me mostraba los colmillos, y yo entendí en medio de
aquella pesadilla que ese perro rabioso era la miseria que estaba esperando. Y
yo intenté explicarle que yo era ahora un campeón mundial y tenía dinero y un
lindo carro rojo, ya yo no vivo aquí, esto tiene que ser una equivocación de
alguien, pero al oír eso todos comenzaron a reírse de mí, con risas
escandalosas, los murciélagos barbudos, los sapos, los alacranes, las
lagartijas sin cola, el único que no se reía era el perro que estaba muy serio,
eran unas risas animales. Entonces fue cuando llamé a Modesta gritando
enloquecido, pero ella no vino, y yo no podía encontrar la salida del túnel,
porque no entraba claridad, porque ese era el negro túnel del olvido y yo esta
extraviado, y allí me agarró la noche dentro de otra noche más oscura todavía,
y se me fueron olvidando las manos y se me fueron olvidando los pies y se me
fue olvidando hasta la voz de mamá, o sea, pensé que había llegado al pleno
olvido, a un punto sin regreso, donde ya más nadie se acuerda de uno, pero
entonces fue cuando escuché una voz muy dulce que me dijo: <<¿Qué te
ocurre, Teo? ¿Qué te sucede, amor mío?>> Y era la voz de Noelia, la que
fue el amor de mi vida, pero yo no podía responder porque me había olvidado de
mí mismo.