Un olor a perfume de Mujer me hace recordar dos cosas: Lo primero que se
me viene a la mente es que necesito una mujer, lo segundo está relacionado a
esa capacidad que tienen las féminas para seducir con solo su olor y lo tercero
me hizo recordar a todos esos placeres baratos de la vida.
Ante todo me siento obligado a destacar que en el universo del placer, lo
barato no es sinónimo de mala calidad, al contrario: lo simple le da ese sabor a
cercanía que es muy difícil de ignorar.
En esta vida barata que ahora llevo he aprendido a encontrar placer en
las situaciones más simples y con cosas tan cotidianas como un potaje de
lentejas, un descuento en el supermercado, un día soleado y hasta en los
múltiples usos que se le puede dar a un ex botellón de agua (la misma Martha
Stewart quedaría pendeja).
Lo bueno de apreciar lo barato radica en que se
aprende a elevar los niveles de satisfacción con aquellas cosas que ya no
aparecen tan seguido en la tarjeta de racionamiento de la vida.
Un embriagante perfume de mujer me ha
llevado cuando son las 2:39 AM a salir de la somnolencia y escribir, ¡Cuan
jodidamente bueno fue respirar ese aire! Una perfecta mezcla de fragancia y
feromonas; algo así me sucede cuando una mujer pronuncia mi
nombre. Sé que suena un poco raro, pero esta vida anonima te hace hasta olvidar las formas de tu nombre y créanme que escucharlo proveniente de la boca de una
mujer le da un toque especial.
No me avergüenza lo
económico, que no pobre, y como lo he sostenido ahora creo que soy un poco más feliz de esta
manera; podría hasta jurar que Oprah Winfrey poseé todavía ropa
interior de esa de toda la vida y qué
mientras regala 700 iphones a su audiencia (porque Oprah es genial y lo puede
hacer) está usando ropa interior de esa
rota y vieja que todos tenemos y jamás botamos por la bendita comodidad que dan;
no en vano han pasado largos años amoldándose a nuestra poca esbelta figura.
Hermanos y hermanas (¡Como un presidente, cárajo!) si usted es feliz
haciendo cosas como ponerle azúcar a las caraotas siga haciéndolo, sin pena ni
remordimiento, si siente placer comiendo sardinas con arroz ¿quién dice que no?; mientras sus placeres no perjudiquen a los demás no
encuentro una razón a esta hora para que se detenga.
Eso me hace recordar lo absurdamente feliz que me hizo encontrarme
un bolígrafo enterrado en playa Ramírez pese a la persecución de esos zamuros
del océano que algunos llaman gaviotas (ya denuncié a las gaviotas: tienen orden de captura)
Si confunden mi
grandiosa nota con una oda al conformismo no entendieron qué les quise decir: váyanse a la mierda, yo seguiré con
mis historias baratas y mi bolígrafo robado.